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Alimentando el microbioma: Beneficios para la salud y el bienestar canino

Por Juan Gómez-Basauri

Microbioma es un término que venimos escuchando últimamente, el cual pertenece al conjunto de los “omas” (donde se encuentran la nutrigenómica, el metaboloma, el proteoma, el epigenoma, entre otros). Se considera que la definición de microbioma fue desarrollada en el 2001 por el Premio Nobel de Medicina, Joshua Lederberg, especialista en microbiología (Lederberg y McCray, 2001). Aunque el uso de este término, en sí, se argumenta que data de mucho antes (Prescott, 2017).

El microbioma se define como el genoma colectivo formado por todos los genes de las comunidades microbianas que viven en o dentro de un cuerpo. Y esta colección está compuesta, además, por bacterias, arqueas, hongos y virus. Estas comunidades microbianas (la microbiota) comparten un hábitat o un espacio común. Estos hábitats son el intestino, la piel, la boca y otras áreas de un organismo vivo; por lo que cada hábitat tiene su propio microbioma distintivo y único. El microbioma y la microbiota son términos con significados diferentes, aunque es muy común, pero errado, que ambos se usen indistintamente.

Todo esto lo sabemos gracias a los avances en la secuencia genética, la bioinformática y las herramientas analíticas desarrolladas por el Proyecto Genoma Humano, y luego por el Proyecto del Microbioma Humano.

Si nos remontamos a la historia, lo que sabemos es que a medida que el humano ha evolucionado; también lo ha hecho su propia microbiota. Las bacterias aparecieron en el planeta hace 3,800 millones de años. Y el linaje eucariota, el cual incluye a los humanos y a los animales, apareció 2,000 millones de años después. Junto con las arqueas, los protistas y los hongos; las bacterias siguieron evolucionando libremente como células individuales. Pero al mismo tiempo, algunas bacterias se asociaron con el huésped humano y evolucionaron conjuntamente. De esta manera, formaron nuestro linaje ancestral y quiénes somos hoy en día (Domínguez-Bello et al. 2019).

Sobre nuestros amigos los perros, también podemos decir que siguieron un proceso similar durante su evolución: desde el antiguo lobo gris hasta las muchas razas que conocemos en la actualidad. De igual manera, ciertos grupos de bacterias se asociaron con el huésped canino, dando forma a su microbioma ancestral que fue influenciado por el proceso de domesticación. Si comparamos los filos intestinales entre humanos y canes, vemos que existe una similitud sorprendente (Gráfico 1).

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El estudio del microbioma intestinal continúa despertando interés, debido a las muchas funciones que realiza: fisiológicas, inmunológicas, nutricionales y metabólicas. La utilización de los nutrientes, el metabolismo energético e, incluso, los procesos de desintoxicación; están asociados con las comunidades microbianas.

Las funciones del microbioma, principalmente en el tracto digestivo, se ven afectadas por varios factores. La microbiota intestinal de cualquier humano, o del perro, se forma en los primeros años de vida: desde la gestación hasta el nacimiento, el tipo de parto (en los humanos) o la transición de una dieta líquida (del recién nacido) a una sólida. Y a medida que el ser humano o el can envejecen, otros factores como el uso de los antibióticos, el estilo de vida o la dieta influyen significativamente.

Con respecto a la alimentación, se siguen presentando investigaciones que demuestran que las variaciones en la composición de la dieta provocan cambios en la abundancia y en la especificidad de los filos intestinales. Y en el ámbito canino, se han publicado trabajos científicos donde se observan efectos similares en la microbiota si se modifican los niveles de proteína, carbohidratos o fibra en distintas proporciones (Middelbos et al. 2010; Li et al. 2017). Al mismo tiempo, existe evidencia de que la microbiota intestinal se puede manejar beneficiosamente cuando se incluye en la dieta componentes que juegan un papel importante en el equilibrio y el balance adecuado de la flora intestinal (probióticos, prebióticos y postbióticos).

Uno de estos estudios (Beloshapka et al. 2013) demuestra que dos fuentes de prebióticos pueden tener efectos similares o diferentes sobre la abundancia y la especificidad de diversas especies de bacterias; dependiendo del tipo de proteína animal presente en la dieta. Recientemente en un estudio de Alltech (aún no publicado) hemos encontrado cambios en la abundancia de ciertas especies de bacterias en la microbiota canina, cuando el alimento tiene en su composición fibras prebióticas que alimentan al microbioma.

Más importante aún, revisando la literatura y otros estudios se cree que la aparición de ciertas enfermedades crónicas e inflamatorias están asociadas a cambios en la microbiota intestinal debido a un desequilibrio; lo que crea la oportunidad para la aparición de dichas enfermedades. Esto sucede tanto en humanos como en canes, lo que indica que el bienestar del anfitrión está asociado con el “bienestar del microbioma” (Gráfico 2).

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El bienestar del microbioma se refleja en una mayor diversidad y en un mejor desempeño de la microbiota, produciendo metabolitos beneficiosos (postbióticos), como ácidos grasos de cadena corta, entre otros. Se ha observado un aumento en la concentración de estos postbióticos cuando se suplementa una levadura prebiótica en la dieta (Hoving et al. 2018). También hemos observado que los marcadores inflamatorios disminuyen en perros mayores cuando se suplementa un complejo específico de levadura prebiótica (estudio aún no publicado).

Tanto el microbioma humano, como el del perro (y sus respectivas microbiotas, tal como las conocemos hoy en día), han evolucionado y se han adaptado para vivir en equilibrio con su respectivo huésped. La dieta es uno de los factores responsables de mantener este equilibrio.

Compuestos presentes en el alimento (como prebióticos y complejos prebióticos especializados) pueden ayudar a mantener el equilibrio normal de la microbiota, lo que significa un mejor bienestar tanto para el humano como para su fiel amigo.

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